12 Abr Rudolf Dassler. Fundador de Puma AG
En esta entrada analizaremos la vida personal y trayectoria profesional de Rudolf Dassler, fundador de Puma AG, las rivalidades tremendas que tuvo con su hermano menor Adi, la creencia hasta el mismo día de su muerte que su hermano Adi lo había denunciado a la Gestapo, su visión de negocio para crear lo que sería Puma AG y su gran habilidad para entrar en los negocios del deporte.
Rudolf, el mayor y el más polémico de los hermanos
Y a pesar de que los tres regresaron sanos y salvos, los estragos del frente curtieron para siempre el carácter, hasta entonces afable, de los hermanos Dassler.
Las estrecheces de la posguerra recortan los gastos domésticos, ya nadie puede pagar para que le laven la ropa.
La firma del tratado de Versalles sometía la gestión de los recursos alemanes a manos de los vencedores; el momento para emprender es adverso.
Como alivio a todas aquellas tensiones, el deporte comenzaba a atraer a la gente. Rudolf huele el negocio, y se une al proyecto de su hermano Adi.
Sus caracteres son antagónicos, pero se ensamblan a la perfección: cuanto más introvertido es uno tanto más afable es el otro.
Así, mientras Adi se afana en el taller, Rudolf desarrolla sus hábiles dotes comerciales. Nace así Gebrüder Dassler Schuhfabrik.
Rudolf disputa el liderazgo de la compañía a su hermano Adi
Las malas lenguas, además, apuntan a un affaire entre Rudolf y Käthe.
Y a pesar de no existir confirmación alguna de aquello, solo espurias versiones como la de la señora Welker —la primera contable de la empresa, que lo aireó en una comida familiar— los rumores siempre emponzoñan más que las certezas.
El odio se redobló, y cada uno de los hermanos ya no pararía hasta arrastrar al otro al infierno.
Rudolf reclutado por el ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial
Ahora es Rudolf el reclutado por la Wehrmacht, siendo destinado a la lejana aduana de Tuszyn.
La paranoia y la distancia redoblaron la aversión cainita de Rudolf, quien no cesaría hasta arrastrar a su hermano al infierno, como se lo hizo saber mediante una carta: «No dudaré en pedir que cierren la fábrica para que tengas que asumir una ocupación que te permita jugar a ser jefe».
Alemanes al frente en la guerra y los liberados a las fábricas
Goebbels llama a la Totaler Krieg: las tropas entrarían en combate, los liberados trabajarían en las factorías setenta horas semanales, y quedarían suspendidos todos los eventos culturales y deportivos, así como las operaciones comerciales civiles.
Quién necesitaba zapatillas
Ahora Gebrüder Dassler fabricaría los Panzerschreck —«el terror de los tanques»—, plagio nazi del bazooka estadounidense.
Cuando a principios de 1945 los tanques aliados cruzaron el Rin, y el Ejército Rojo avanzaba hacia posiciones próximas a Tuszyn, Rudolf huyó de su puesto.
Rudolf detenido por la Gestapo
La Gestapo no tardó en detenerle, aquella deserción le costó dar con sus huesos en la cárcel.
La condena consistió, encadenado junto a otros veintiséis reos, en caminar trescientos kilómetros hasta el campo de concentración de Dachau.
La orden era nítida: matar a los prisioneros durante la travesía, descerrajándoles un disparo por la espalda.
Cuando es internado en el campo de Hammelburg, Rudolf fue informado de que estaba allí porque alguien le había denunciado. Y no tuvo dudas de quién pudo ser.
Pero el atasco burocrático y la prioritaria reconstrucción provocan retrasos que torpedeaban la resolución de los casos, lo que provocó que muchos de los acusados prisioneros, los que no fuesen amenaza, quedasen en libertad.
Justo un año después Rudolf Dassler vuelve a ser libre
La declaración de Käthe logró que el comité modificase el veredicto, por lo que Adi fue declarado «Mitläufer», uno más de los millones de miembros del partido que, sin embargo, no colaboraron activamente.
Así es como pudo volver a reflotar la fábrica.
El retorno al hogar estrangula definitivamente la convivencia.
Las continuas tribulaciones desembocan en la ruptura definitiva. Rudolf se instalará a una orilla del Aurach.
Las naves, patentes y maquinaria se repartirían a partes iguales.
En lo que concernía a la plantilla se improvisó un plebiscito para que los empleados eligiesen con quién quería cada uno quedarse a trabajar.
Los comerciales, con Rudolf
Los operarios y técnicos, con Adi.
Se crean dos marcas. Adi registra la suya con el acrónimo de su nombre y su primer apellido: Adidas.
Tres bandas blancas serán su emblema.
Rudolf quiere hacer lo mismo con su empresa, pero «Ruda» suena poco atrayente. Su negocio se llamará «Puma».
En 1948 se registra el logo del felino veloz y fiero. La seña de identidad sería al principio una única pieza blanca, terminando en el formstripe que hoy sigue.
Lo cuenta pormenorizadamente la periodista holandesa Barbara Smit en el libro Hermanos de sangre (LID Editorial).
La obra –una mirada afilada y retrospectiva que indaga en el origen del deporte como espectáculo de masas, patrocinio de sus grandes figuras y negocio mundial sin escrúpulos– husmea en archivos, federaciones y vidas secundarias.
Analiza la trastienda de dos marcas míticas que facturan miles de millones de euros al año (10.000 en el caso de Adidas; 2.300 para Puma) y que hoy en día cuentan con enjambres de jóvenes consumidores que se personifican con sus ídolos a través de un atuendo que los estilistas llaman casual.
Desde las medallas berlinesas de Jesse Owens hasta los quiebros del blaugrana Lionel Messi, Smit traza una desconocida historiografía del deporte y su inmenso poder para generar toneladas de dinero, un folletín de despachos y vestuarios sin un ápice de misericordia.
Sin embargo, como en las épicas tragedias, el relato arranca plácidamente.
Lo hace en Herzogenaurach, un tranquilo rincón de Baviera, Alemania.
Antagónicos en su manera de interpretar la vida y la empresa, Barbara Smit incide en que las desavenencias entre Adolf y Rudolf se recrudecieron durante la II Guerra Mundial.
Por orden del III Reich, la factoría se reconvirtió en taller de tanques y repuestos de lanzamisiles.
Adi se libró de empuñar armas para hacerse cargo del bélico rumbo que había tomado su empresa.
Rudolf, convencido de la causa nazi e informante de la SS, se unió a las tropas en Sajonia y desde allí escribió una misiva a su hermano llena de afecto: «No dudaré en pedir el cierre de la fábrica para que tengas que asumir una ocupación que te permita jugar a ser jefe y, como deportista de elite que eres, tengas que llevar un arma».
La primera gran victoria de este duelo fraternal se la apuntó Adi en el Mundial de Suiza de 1954.
Envanecido y endiosado, Rudolf había menospreciado al entrenador alemán Sepp Herberger, quien comenzó a trabar amistad con Adolf.
Este le suministró unas botas con tacos ajustables para que los jugadores alemanes no resbalasen en caso de que el campo se anegara.
Y así sucedió en la final disputada contra la imbatible selección húngara. Comenzó a llover y las botas Adidas se agarraron como lapas en aquella chocolatería. Resultado imprevisto: Alemania doblegó 3-2 a los magiares.
La prensa bautizó aquel partido como «el milagro de Berna» (tuvo hasta película en 2003). Los borceguíes alcanzaron dimensión mítica.
Pero cría cuervos y te dejarán descalzo. Adi tenía otro enemigo en casa: Horst, su hijo mayor. Smit le tacha como un «conspirador encantador».
Desoyendo la política paterna, el vástago mangoneó en la división francesa de la marca, y en su currículo se detalla cómo bloqueó un cargamento de Puma con destino a los Juegos de Melbourne en 1956, de qué manera llegó a un acuerdo con jornaleros del olivo de Fabara (Zaragoza) para que cosieran balones para Adidas en los 60, o cómo se las ingenió para vender en exclusiva zapatillas en la Villa Olímpica en México 68.
También hay anecdotario en castellano. El 13 de febrero de 1974 Adi Dassler irrumpió en el vestuario de la Selección Española de fútbol prometiendo a cada jugador 100 dólares por calzar Adidas.
Los rojigualdas se jugaban el pase al Mundial en Francfort frente a Yugoslavia.
Todos cambiaron de botas menos el madridista Pirri, quien a cambio de 400 dólares pintó las tres rayas, símbolo de la marca, sobre sus botas Puma teñidas de negro. Adujo que las Adidas «le hacían rozadura».
Condolencias. Para regocijo de la familia Adidas, Rudolf Dassler moría el 6 de septiembre de 1976.
Alegría desbordante que se reflejó en la siguiente nota de condolencias: «Por razones de piedad humana, la familia Adolf Dassler no hará comentario alguno sobre la muerte de Rudolf Dassler».
Cuatro años después moría Adi y su tumba se colocó a la mayor distancia posible de la de su amado hermano.
El testamento de Rudolf daba plenos poderes a su mujer Gerd y excluía a su díscolo hijo Armin, quien finalmente se pudo hacer con el timón de la empresa tras una eterna lucha legal.
Armin abrió un periodo fantástico para la compañía. Fichó al flaco Cruyff, al danés Simonsen, al nibelungo Netzer… y en el año 86 Diego Maradona ganó el Mundial de México con unas Puma que dejaron a los jugadores de Inglaterra como puertas temblorosas tras un eslalon de esquí.
Mientras tanto, la influencia del insaciable Horst consiguió que las multinacionales invirtieran en Mundiales y Olimpiadas. Intrigas, sobornos, sospechas sobre la UEFA, la FIFA, el COI… La casa Adidas cayó en manos del empresario francés y ex presidente del Olympique de Marsella Bernard Tapie en 1990 por 243 millones de euros.
Dos años más tarde llegó la bancarrota.
El ocaso coincidió con la explosión de las marcas estadounidenses Nike y Reebok, que le arrebataron parte del pastel gracias a la popularización de la NBA.
Madonna o Brad Pitt luciendo modelos de Puma contribuyeron al relanzamiento de una empresa en horas bajas desde la retirada de Boris Becker.
Su presidente, Jochen Zeitz, no pudo frenar la compra por parte de PPR, una multinacional francesa.
Por su parte, Adidas volvió a manos alemanas, compró Reebok por 3.000 millones de euros y su consejero delegado, Herbert Hainer, devolvió gloria y dividendos. «Irónicamente, el único miembro de la saga ligado a alguna de las dos compañías es Frank Dassler, nieto del fundador de Puma que ¡trabaja para Adidas!», exclama Smit.
Últimos símbolos: Zidane, el galáctico Beckham y varias selecciones nacionales de relumbrón. Cuba incluida.
Porque de los tentáculos de Adi no se libró ni Fidel Castro, que viste su anti imperialista, revolucionario y quebradizo cuerpo con un chándal Adidas cada vez que reaparece.
Como reza el último lema de la marca, impossible is nothing.
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Los hermanos Dassler 1
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Los accionistas de Adidas. Parte II
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Adidas: sus marcas. Parte III
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Adidas y la tecnología. Parte II
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PUMA AG: su historia 1
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Puma SE. contra Forever 21 Inc. – Casos 2018
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