BALENCIAGA Y HUBERT DE GIVENCHY.

BALENCIAGA Y GIVENCHY

BALENCIAGA Y HUBERT DE GIVENCHY.


CONOCE LA INFLUENCIA QUE CRISTÓBAL BALENCIAGA TUVO EN HUBERT DE GIVENCHY.

 

En esta entrada, abordaremos la influencia que ejerció el gran modisto vasco de principios del siglo XX,  Cristóbal Balenciaga (1895-1972) en la obra del también diseñador no menos prestigioso pionero en la moda pero de la segunda mitad del siglo XX, la que estaba todavía íntimamente ligada al oficio artesanal, cuyas piezas marcaron un punto de inflexión, bajo la perspectiva de la moda de Balenciaga. Nos referimos a su sucesor el también modisto pero francés Hubert de Ginenchy.(1927-2018).

El aristocráta diseñador al poco de aterrizar en la capital francesa abrió su propio taller y tres o cuatro años más tarde conoció a Cristóbal Balenciaga, un gran amigo, del que se declara un absoluto admirador, al que reconoce como fuente de inspiración y del que, de alguna manera, heredó una forma de hacer y de entender la costura.

Givenchy admiraban la simplicidad y elegancia de aquellos tejidos, vestidos y sombreros del diseñador vasco. Un día, con 11 o 12 años, sin decir nada a su madre, decidió que quería conocer a Balenciaga. Cogíó el tren, fue a París, lleguó a la avenida Georges V,  y se plantó en la puerta de su atelier.

Logró pasar al salón. Fue todo un descubrimiento: olía a perfume, había vestidos bellos, clientas, empleadas…

¡Aquello era maravilloso, yo quería vivir ah»¿Qué quieres?», me dijo una encargada. Conocer a Balenciaga, respondí. Él no recibe a nadie, me contestaron. Me volví a casa y nunca conté a mi madre lo que había hecho. Pero aquella aventura me marcó.

 

 

SI QUIERES SABER MÁS SOBRE HUBERT DE GIVENCHY:

BIOGRAFÍA PARTE 1

BIOGRAFÍA PARTE 2

 

Givenchy y Balenciaga más que una relación comercial

 

El conde Hubert de Givenchy vivia rodeado de un lujo versallesco y se guíaba por un protocolo de buenas maneras propio de una casa real pero, a la vez, todo lo hace con una naturalidad muy liviana.

Nació en Beauvais en el seno de una familia aristocrática y adinerada de la que heredó el título nobiliario. Su padre era el marqués de Givenchy (título que heredó su hermano y socio Jean-Claude) . Su abuelo materno, el dueño de una prestigiosa fábrica de tapices.

Pero a pesar de sus orígenes, su infancia no fue fácil. Su progenitor murió cuando él era un niño y su madre tuvo que hacerse cargo de su crianza y la de su hermano sin ayuda económica de nadie en los peores años de la Segunda Guerra Mundial. Él sabía desde niño que quería ser diseñador de moda. “Con quince años tomé un tren hacia París sin pedir permiso a nadie. Fui a presentarle mi colección de bocetos a Cristóbal Balenciaga ”.

Admiraba al modisto español de una forma obsesiva y quería intentar unirse a sus filas. “Cuando llegué allí la jefa de salón me echó un jarro de agua fría. Ahora me alegro de que no me recibiese. ¡Le hubiese espantado mi trabajo”. Tendrían que pasar unos cuantos años aún hasta que se hiciera realidad el sueño de conocer al que para él era el mago absoluto de la costura.

Ambos se conocen en un cóctel en Nueva York e inician una relación profesional que sería un antes y un después para el modisto francés.

«Sabía mejor que nadie cómo tratar el tejido y cómo ensalzarlo, siempre con respeto. Y eso le ganó el reconocimiento eterno del modisto.

Para De Givenchy, Balenciaga le mostró que «el vestido debe acomodarse al cuerpo de la mujer, no el cuerpo de la mujer a las formas del vestido

 

Givenchy sucesor de Balenciaga.

 

 

Givenchy en una entrevista para el diario Vasco afirmó entre otras cosas que Balenciaga no solo fungió como una figura paterna en su vida, sino que era un modisto único y lo describió así

Nunca mintió. Yo perdí a mi padre cuando era niño y Balenciaga fue como otro padre para mí. Me enseñó a respetar los tejidos. La honestidad de Balenciaga llegaba incluso a la forma de tratar las telas. Cada tejido tiene su propio lenguaje, su caída, sus formas. Balenciaga decía que en un traje hasta el volante debe ser inteligente: ni demasiado ceñido, ni demasiado amplio. Hay que «entender» cada tejido: él sabía hacerlo. Su objetivo no era epatar, sino que la mujer se sintiera cómoda en cada vestido.

 

 

 

Una vez, cuando yo era muy joven, vine a verle trabajar en San Sebastián: él tomaba las medidas a una mujer mientras yo le pasaba las agujas. Ajustaba tan bien el vestido que parecía rejuvenecer a la señora 20 años, como si le hubiese hecho la cirugía estética: sabía cómo lograr que las mangas, el cuello o el talle pusieran en valor lo mejor de esa dama. Las mujeres se sentían libres al vestirse con sus trajes: no hay mejor elogio. Él no ponía una flor en un vestido para «hacer bonito»: si estaba ahí debía servir para expresar algo. Era un modisto profundo”.

 

Como podemos deducir Cristóbal Balenciaga , 32 años mayor que él y figura crucial en su vida,  a quien consideró como un padre y un mentor, se encontraron para que su vida se entrecruzaran desde 1953 hasta la muerte del modisto Vasco dejando un legado como herramienta de inspiración para sus diseños.

Givenchy, que abrió su casa de modas en París, reconoció que su gran pena fue no poder trabajar con Balenciaga. Visiblemente emocionado, el creador francés recordó que conoció al modista en una fiesta en Nueva York en 1953, y «me di cuenta de que no sabía nada, aunque ya tenía abierto mi taller». «Tuve el privilegio de contar con su amistad, y me dijo entonces: ‘No ponga una flor para que quede bonito, busque la sencillez».

Las lecciones del llamado «arquitecto de la moda» alcanzaron su cenit cuando, según relató Givenchy, en una visita a San Sebastián «montó un vestido sobre una mujer que estaba gorda y era un poco jorobada, transformándola en una mujer esbelta y elegante».

El modista parisiense repasa la obra de Balenciaga Junto a tres modelos del artista cedilos para la ocasión. «Nunca les aparecerá su imagen. porque era un modista completo». Givenchy, que se considera discípulo de Balenciaga, ha mantenido durante sus 43 años de carrera las claves que in su día le aportó el creador vasco. El mismo Balenciaga recomendó a sus clientas que acudieran a casa le Givenchy cuando llegaba el prêt-à-porter y sintió que había ,pasado su momento.

El carácter perfeccionista de Balenciaga, que vivió en sus inicios los años dorados de la alta costura en París, le llevaban a desmontar y montar un vestido innumerables veces. «El señor Balenciaga llegaba a hacer cien pruebas en un día, y por la noche no podía mover los hombros», apuntó Givenchy.

 

Givenchy Presidente del museo Cristóbal Balenciaga

 

La admiración por la figura del modisto vasco le llevaría a impulsar el proyecto de construcción del Museo Balenciaga de Getaria y la constitución de la fundación, de la que fue presidente. Su compromiso con el museo le llevó a donar su colección particular de “balenciaga” a la entidad.

A Balenciaga y Givenchy los unía también el amor por la música: al uniforme blanco que diseñó Balenciaga para el Orfeón Donostiarra en 1964 se le unió el año pasado año uno nuevo, una túnica negra con un cinturón «rosa Balenciaga» que lleva la firma de Givenchy.

Mediante una nota, el diputado de Cultura y presidente de la Fundación Balenciaga, Denis Itxaso, lamentaba la muerte del modisto y recordaba que gracias a su intervención en 2014 se recibió el legado de Rachel Mellon «y él mismo nos dejó el recuerdo de su elegancia y su exquisita cortesía» en la exposición que, con las obras cedidas por Mellon, comisarió en 2017.

 

El blanco y luminoso espacio de las dos plantas del Museo Balenciaga en Getaria, acoge  una exposición-entre muchas- que rescata 48 piezas de Balenciaga, coleccionadas por otro maestro de la moda y llegadas desde la Fundación Azzedine Alaïa de París, que dialogan con 52 creaciones del propio Alaïa.

La de Alaïa, por mucho tiempo invisible, ha resultado ser una de las más interesantes colecciones existentes de Balenciaga con piezas que no se conservan en ninguna otra institución y destacada presencia de creaciones de las décadas de los años 30 y 40.

Hubert de Givenchy, promotor original de esta idea, y a cuya memoria se dedica esta exhibición supo reconocer el talento de los dos creadores como «escultores de la forma» con sus similitudes, -en ocasiones se puede hasta dudar quién es el autor pese a las décadas de distancia entre sus obras-, pero también sus diferencias.

La técnica de la sastería, el equilibrio de medidas y volúmenes, son algunos de esos puntos comunes con los que arranca la muestra con el color negro, esos «negros suntuosos» como protagonistas, de chaquetas y abrigos exquisitamente esculpidos.

A modo de conclusión, podemos afirmar que Givenchy fue el presidente fundador de la Fundación Balenciaga, germen del museo que albergaría después el legado de su admirado maestro y cuya ejecución siempre defendió, incluso en los momentos más difíciles en los que se redimensionó un proyecto que tardó diez tortuosos años en hacerse realidad.

La vinculación de Givenchy con la tierra de su gran maestro le llevó a diseñar desinteresadamente un nuevo uniforme para las coralistas del Orfeón Donostiarra, conformado por una túnica en negro con un gran lazo rosa, el cual convive además con el que también creó en 1964 para estas vocalistas Cristóbal Balenciaga.

El cargo de Givenchy como presidente fundador del Museo Balenciaga nunca se limitó a ser honorífico, ya que se implicó hasta sus últimos días en mantener vivo el legado de un maestro «generoso» que le brindó su apoyo desde que, tras varios intentos infructuosos, logró encontrarse con él en Nueva York.

 

 

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