POR ANNA ALEGRET
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En el capítulo anterior repasamos la vida y trayectoria de Cristóbal Balenciaga el cual construyó su propia firma en 1937 en París tras huir de su país de origen, España, debido al estallido de la guerra civil. En la capital francesa encontró su lugar y se convirtió en un modisto de referencia debido a su destreza con el uso de la aguja y a la creación de siluetas revolucionarias que cambiaron el rumbo de la historia de la moda.
En el año 1968 decidió retirarse porque no quiso adaptarse a la nueva realidad: el nacimiento del prêt-à-porter. En la década de los años sesenta la sociedad no se identificaba con los códigos que transmitía la Alta Costura así que otros modelos de negocio aparecieron para adaptarse a las nuevas necesidades. Con esta nueva visión las prendas eran accesibles para cualquiera que acudiera a una tienda; este modelo pretendía producir diseños más económicos para incrementar tanto la oferta como la demanda democratizando así la moda y colocándola a las calles. El modisto pionero en abrir una tienda de prêt-à-porter fue Yves Saint Laurent en el 1966 con Rive Gauche y muchos otros después siguieron sus pasos porque veían que era la tendencia.
Aunque no todos los modistos hincaron la rodilla, Balenciaga se negó y por ello decidió retirarse cerrando una etapa llena de éxitos. En el 1987 Michel Goma recuperó la firma y lanzó una línea de prêt-à-porter aunque no obtuvo la repercusión esperada. En 1992 fue Josephus Melchior Thimister quién intentó relanzar la marca presentando una colección basada en dos colores: el negro y el azul tinta. Otra vez la respuesta del público no fue la deseada y estaba muy alejada a lo que supuso Balenciaga en su momento. Por aquel entonces la empresa vivía prácticamente gracias al legado que dejó Cristóbal (sobretodo en el marcado japonés) y a la venta de perfumes.