Enrique Ortega Burgos

Diana Vreeland. Parte I

Una pionera única al que le deben en el presente las editoras de moda

Diana Vreeland(1903-1989)

Diana Vreeland fue una destacada columnista y editora en el campo de la moda. Trabajó para las revistas de moda Harper’s Bazaar y Vogue.

Vreeland en el Metropolitan Museum de Nueva York, 1973.

 

Vreeland nació en París. De madre americana y padre británico, una pareja que rezumaba aristocracia por los cuatro costados, y de esa mezcla de sangres e intenciones nació una chica que desde bien pequeña se interesó por el arte y la cultura.

La familia se había trasladado a Nueva York en 1914, y Vreeland había sido enviada a estudiar ballet con Michel Fokine, un maestro de la danza que había dejado el Ballet Imperial de Rusia por una vida más disoluta en los Estados Unidos de América.

Siendo la editora en jefe de Vogue fue asesora especial en el Instituto de Vestuario del Museo Metropolitano de Arte.

Su buen ojo para descubrir talentos

Diana Vreeland, Dovima y Richard Avedon, 1955

 

Su mirada elegante y su buen tino para descubrir el talento más fresco y novedoso le valieron el pasaporte al Costume Institute del Metropolitan Museum de Nueva York, en calidad de comisaria para las exposiciones.

Diana Vreeland también publicó dos librosAllure, donde compartía todas sus inspiraciones y sus fetiches y D.V. que fue su autobiografía.

Su personalidad

Carismática y talentosa, Vreeland se erigió en una mecenas de los grandes creadores del siglo XX y sigue siendo considerada hoy en día un referente en el mundo del estilo.

Siempre original y divertida, Diana sabía que haber nacido en París es a partir de ahí que todo fluye con naturalidad en su larga impronta profesional.

Desde pequeña acarreó un fuerte complejo, potenciado por su madre, por su peculiar rostro.

El aspecto de su rostro

Betty Ford y Diana Vreeland, 1976.

 

Lo que podría haber supuesto un escollo en su personalidad se convirtió en su mejor baza, que lejos de minar su confianza la empujó a forjar un carácter único e irrepetible.

Suyos son grandes hallazgos en materia de moda, como respaldar o dotar de cobertura para su posterior reconocimiento, a potentes nombre del sector: desde Manolo Blahnik al clan Missoni, desde la icónica modelo Twiggy al magnífico fotógrafo Richard Avedon.

Una mujer que aun sin querer trabajar a favor del feminismo ayudó a cambiar el papel de la mujer.

Recientemente ha visto la luz el documental “The Eye Has to Travel”, junto con un libro, dirigido por Lisa Immordino y una exposición sobre su trayectoria en el museo Fortuny de Venecia.

Lisa Immordino Vreelan, esposa de su nieto, sostiene que “Diana Vreeland fue una feminista sin darse cuenta, como tantas otras cosas que hizo sin tener conciencia de todo lo que estaba generando”.

 

Su Historia

1920 – 1930

Diana Vreeland tuvo un sueño que duró toda una década, que entre ponerlo en pie, darle forma y disfrutar de los éxitos que había obtenido para ser la chica de moda.

El absoluto desencadenante para esta titánica empresa fue el flechazo que tuvo al ver a Reed Vreeland, su marido.

Tras casarse se mudaron a Londres, donde empezaron una vida mundana en pareja plagada de románticos viajes por Europa.
Su encuentro con Carmel Snow

El matrimonio cambió su residencia de Londres a Nueva York y fue a finales de la década de 1930 cuando Carmel Snow atisbó un fenómeno en la pista de baile del Hotel St. Regis.

Diana Vreeland estaba bailando en el centro con un rompedor outfit y las mejillas encendidas en maquillaje rojo.

Carmel instó a Diana a trabajar con ella como editora de moda en Harper’s Bazaar.

La primera aportación de Vreeland a la publicación fue una hilarante columna desde la que dictaba divertidas propuestas unas veces y lanzaba atrevidos retos las otras.

La columna se llamó “Why don’t you?”, una interrogación que se convirtió en una fantástica forma de zarandear remilgos sociales anclados en la tradición.

1937 – 1962

Veinticinco años en el cargo dieron el margen suficiente a Diana Vreeland para poner patas arriba el oficio de editora de moda.

Hasta entonces el cargo sólo comprendía las funciones de una señorita de sociedad, que viste a otras señoritas de sociedad, pero ella, en cambio, inventó desde cero una nueva profesión, insuflando creatividad con su ojo especialmente dotado para descubrir el talento.

Forman parte de la leyenda de Diana Vreeland sus costosas producciones. No había cabida para la mediocridad. Las sesiones en las que intervenía Diana brillaban con luz nueva, con un poder mágico.

Diana Vreeland con Marisa Berenson

 

Richard Avedon

Richard Avedon fue llamado a trabajar con Vreeland por mediación de Carmel Snow.

El fotógrafo se batió en retirada tras el primer encontronazo con Diana, pero el empeño de Snow hizo que repitieran.

El tándem directora creativa – fotógrafo terminó siendo un sólido binomio de creatividad sin precedentes.

El período en el que Diana trabajó para Harper’s Bazaar coincidió también con un momento personal de lo más intenso.

Reed tuvo que abandonar Nueva York e instalarse en Canadá, ya que la Segunda Guerra Mundial impuso una mudanza forzosa.

Diana se quedó en N.Y.C. manteniendo su cargo de editora de moda al frente de la publicación.

El fin de su periplo en Harper’s vino con la retirada de Carmel Snow.

Diana Vreeland era la perfecta editora de moda, pero no era la candidata idónea para la dirección.

Su visión era magnífica para crear universos estéticos, pero no para dirigir la revista.

1963 – 1971

Sam Newhouse había adquirido recientemente la editorial Condé Nast y a falta de una directora en Vogue contrató a Diana.

Empezaba una década vibrante, llena de rompedoras innovaciones.

La década de los sesenta fue sin duda la de Diana. Adoraba y veneraba cada pequeña muestra de irreverencia, cada bocanada de aire fresco.

Su trabajo viró en un producto mucho más exquisito, y también más costoso.
Por ello, y por su falta de conexión con la nueva época, Diana fue despedida en 1971.

Pero si por algo fue importante el período que abarcó su estancia en Vogue, fue por haberla golpeado profundamente con la muerte de Reed. La carismática editora vio menguar su pasión y su arrojo.

 

1971 – 1989

Fue Peter Tufo, el abogado de Diana, quien intercedió por ella ante Ashton Hawkins, el consejero del Metropolitan Museum of Modern Art de Nueva York.

Quién sino ella iba a ser la encargada de montar, organizar y publicitar unas exposiciones mastodónticas, cargadas de magia y de piezas dignas de un museo.

Sus últimos días los pasó retirada en su apartamento rojo, el que decoró como “un jardín, pero un jardín en el infierno”, rodeada de familiares y una selecta corte de amigos íntimos. Diana murió el 2 de agosto de 1989 en su casa de Park Avenue.

Diana Vreeland en los ’60s y Sofía Cóppola en Vogue Italia febrero 2014

 

Sin quizás proponérselo cambió el mundo de la moda

Una de esas figuras era Diana Vreeland, una mujer que cambió para siempre el mundo de la moda y lo puso en las manos de la cultura, creando por el camino un estilo propio, inconfundible, basado en la rebeldía y el talento, una mezcla explosiva que la condujo hasta lo más alto: a la mismísima dirección de la revista Vogue.

Sus zapatillas de ballet

El 1 de marzo de 1924, la inquieta parisina, que se calzaba cada día sus zapatos de ballet, contraía matrimonio con un banquero y cambiaba su apellido de Dalziel a Vreeland, mudándose también a Londres donde comprarían una casa en Regent’s park.

Vreeland siguió bailando (incluso de forma profesional) pero sus intereses empezaban a virar como los de un velero a merced del viento: así fue como abrió una pequeña tienda de lencería, a la que pronto acudirían todas las celebridades londinenses, incluyendo a Mona Williams y Wallis Simpson.

Sus encuentros con Chanel

Sus escapadas a París acababan normalmente en Chanel, a la que Vreeland había conocido en 1924, convirtiéndose en buenas amigas.

Eso y los grandes descuentos que Coco hacía a la parisina pusieron a esta en el aparador de la moda.

Ese aparador y un delicioso vestido blanco fue lo que llamaron la atención de Carmel Snow en esa fiesta en Nueva York en la que se concieron.

Snow, editora de la legendaria Harper’s Bazaar, miró a la mujer pero vio algo más, por eso le ofreció una columna de opinión en la revista.

Desde que Vreeland aceptó en 1936 empezó una carrera de veinte años en la que se hizo tan popular que no había evento en la ciudad de los rascacielos al que no fuera invitada.

Su columna, Why don’t you? ofrecía consejos tan delirantes como lavar el pelo a los bebés rubios con champán francés o el vestuario correcto para llevar a un niño a una fiesta de la alta sociedad.

Sin embargo, ese estilo cáustico e irreverente, surgido de las fauces de una mujer a la que todos querían parecerse y a la que Truman Capote adoraba, empezó a calar en la influyente sociedad neoyorquina y lo que era un monumento al excentricismo se convirtió pronto en un faro en la oscuridad: nombres como Richard Avedon, Nancy White, Louise Dahl-Wolfe o Alexey Brodovitch la calificaron de genio y sus frases, auténticos mandamientos de la moda, corrieron de boca en boca como un guepardo enloquecido.

El invento más importante

En una ocasión llegó a afirmar que “el biquini es el invento más importante desde la bomba atómica”.

Sus opiniones y frases jamás pasaban desapercibidas, como cuando dijo que “en los años sesenta no importara que tuvieras un grano en la nariz si sabías cómo llevar un buen vestido”, y esto se lo dijo a un periodista cuando se le preguntó por lo mejor de la década.

Lauren Bacall

Vreeland descubrió a Lauren Bacall y sería justo decir que gracias a ella la actriz se convirtió en un icono de Hollywood, gracias a una portada en la que la futura esposa de Humphrey Bogart demostraba su extremada clase.

En 1960, cuando John Fitzgerald Kennedy accedió a la presidencia de los Estados Unidos, la parisina, ya editora de moda en Harper’s, asesoraba a la primera dama, Jackie Kennedy, en cuestiones de estilo. Pocos discutirán que no ha habido en la historia de Estados Unidos una unión tan fuerte entre política, estilo y moda.

A tal punto llegó su predicamento que en 1962, coincidiendo con su nombramiento como redactora jefe de Vogue, ya estaba considerada como la mujer más poderosa en el cada vez más poderoso universo de la moda.

A principios de los años setenta, quizá cansada de adulaciones y viendo en lo que se estaba convirtiendo aquella ciudad, Vreeland no se resistió a un despido anunciado y dejó su despacho pintado de rojo, un color que la obsesionaba, “me gusta imaginar que estoy en un jardín en el infierno” decía a modo de explicación, y aceptó la oferta del museo Metropolitan para organizar exposiciones en la prestigiosa institución.

Quien ocupara su oficina en la revista decidió, como primer paso, redecorarla, pasándose al gris, un tono mucho más adecuado para el futuro que estaba por llegar, mientras Vreeland traía a la ciudad exposiciones que sobrepasaban con mucho la media artística de Nueva York.

Diana Vreeland escribió después, en 1984, su divertidísima autobiografía, y solo un lustro después murió de un ataque al corazón en su querida Manhattan.

Pionera en todos los órdenes

La neoyorquina de adopción, fue la pionera en infinidad de tendencias que la moda abrazó años después y sin cuya introducción sería imposible entender a personajes como Karl Lagerfeld, Tom Ford, Marc Jacobs o —como no— Anna Wintour.

Vreeland fue la editora todopoderosa con adoración por el detalle, capaz de decirle a un fotógrafo lo que quería ver en una imagen, o de enviar a un equipo a la otra parte del mundo para que el lector sintiera la sensación del viaje, o de decidir que detalle serviría para conquistar al lector: ya fuera un bolso, un cinturón o unas gafas de sol.

Puso en su sitio a los complementos y muchas cosas más

Vreeland captó por primera la vez la importancia de los complementos, la universalización de la moda, la necesidad de tener una voz propia, capaz de alzarse por encima de los tópicos habituales.

Con ella se intuyeron por primera vez cosas tan lejanas como las ego-bloggers, los modernos estilistas, los influencers y el movimiento hipster, pero, sobre todo, se trazó por primera vez (desde la moda) el retrato de la mujer independiente, aquella que sabía a la perfección lo que deseaba y que basaba su encanto en su personalidad y carisma, no solo en sus vestidos o en sus inacabables tacones.

Truman Capote discutiendo un proyecto con Diana Vreeland 1965

 

Entre Paris y Nueva York

Diana tendió un puente entre ambas ciudades que aún perdura. Su legado es incalculable, e incluso de las decepciones siempre encaró con gran fuerza y determinación, sacó fuerzas para prosperar, como si nada pudiera hacerla tambalear.

La huella de los creadores

Cuando hablamos de creadores, de la huella que dejaron, Vreeland se perfila como una de las más interesantes, al mismo tiempo como una de las más incisivas.

Con ella el panorama convirtió una disciplina que algunos consideraban pura frivolidad en un sólido elemento cultural.

No fue solo que la moda cambiara con ella, sino que ella cambió la moda.

 

Referencias

ANNA WINTOUR: LA EDITORA DE VOGUE

https://enriqueortegaburgos.com/anna-wintour-la-editora-de-vogue/

LAS PORTADAS MÁS CÉLEBRES DE COSMOPOLITAN

https://enriqueortegaburgos.com/las-portadas-mas-celebres-de-cosmopolitan/

COSMOPOLITAN

https://enriqueortegaburgos.com/cosmopolitan/

LAS REVISTAS DE MODA MÁS FAMOSAS DEL MUNDO

https://enriqueortegaburgos.com/las-revistas-de-moda-mas-famosas-del-mundo/

VOGUE EN EL SIGLO XXI

https://enriqueortegaburgos.com/vogue-en-el-siglo-xxi/

LA REVISTA ELLE

https://enriqueortegaburgos.com/la-revista-elle/

LAS PORTADAS MÁS POLÉMICAS DE VOGUE

https://enriqueortegaburgos.com/las-portadas-mas-polemicas-de-vogue/

LAS PORTADAS MÁS CÉLEBRES DE VOGUE

https://enriqueortegaburgos.com/las-portadas-mas-celebres-de-vogue/

EL INICIO DE VOGUE

https://enriqueortegaburgos.com/el-inicio-de-vogue/

 

 

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