CONOCE LA MODA INDÍGENA MEXICANA. PARTE 2.
En esta entrada continuaremos con la segunda parte de la moda indígena mexicana, por qué ha tenido tanto éxito la adopción de la tradición indígena, la influencia del movimiento hippie, la propiedad colectiva, la herencia de comunidades indígenas, los ecos de una cultura indígena mexicana que inspiran nueva línea de ropa, la reinvención del zapato, las artesanas de una comunidad indígena en México que denuncian el plagio de Zara a uno de sus bordados tradicionales, la desprotección ante las multinacionales y los abusos en el comercio local.
Adopción de la tradición indígena
¿Cómo es que las piezas típicamente indígenas llegaron a formar parte de la moda en la sociedad occidentalizada en un México eurocentrista?.
En los años treinta y cuarenta, la escena artística femenina del país fue la encargada de portar con orgullo estas prendas y de resignificarlas. “Frida Kahlo (1907-1954) fue una pintora mexicana que según el diseñador Cancino, “es la burguesa a la que debemos el reconocimiento del rebozo, le daba un toque teatral y se convirtió en un estandarte de la mujer istmeña”.
Durante su visita a París en 1939, Kahlo se convirtió en un imán de admiradores por sus trajes típicos e impresionó de tal manera a Elsa Schiaparelli, que la legendaria diseñadora creó un vestido en su honor llamado La Robe Madame Rivera. Las artistas María Izquierdo y Rosa Covarrubias, contemporáneas de Kahlo, también hicieron de las prendas típicas parte de su vestimenta insignia.
El movimiento hippie y su influencia en la moda mexicana.
Un segundo momento importante para la popularización de la ropa tradicional en la moda mexicana fue el movimiento hippie en los años sesenta y setenta. Esto correspondía a que gran parte del movimiento hippie tenía que ver con el uso de prendas no industrializadas. Usar lo autóctono, lo hecho a mano, lo que está en equilibrio con la tierra. Con todo ese amor, cariño y respeto a la naturaleza, las prendas tradicionales están hechas para subsistir toda la vida, porque representan no sola lo duradero sino la propia existencia de una determinada comunidad indígena.
Aunque en los ochenta y noventa existe una desaceleración en su popularidad, ya entrados en el siglo XXI trae a generaciones de diseñadores que se detienen a observar a las comunidades artesanas indígenas para integrar técnicas tradicionales en diseños contemporáneos.
“Hoy hay muchos diseñadores que siguen las tendencias internacionales y otros que tratan de mirar dentro de los rasgos de México; desde los barrios de Sánchez-Kane y Barragán hasta los que buscan en las raíces indígenas”, opina Guillermo Jester, que es un diseñador mexicano que posiciona el diseño artesanal mexicano en diversas plataformas de moda.
Tal es el caso del diseñador mexicano Cancino, que busca ese punto de convergencia entre pasado, presente y futuro del cual nacen alguna de sus colecciones, donde la indumentaria tradicional se redefine en piezas que buscan generar una sofisticada ebullición de contrastes y texturas.
Un trabajo en comunidad ya que el bloque de diseñadores que trabaja con artesanos coincide en diversos puntos sobre la labor con comunidades: hay que terminar con el paternalismo y reconocer el valor de su trabajo; hay que acercarse a la comunidad y aprender de sus tiempos, sus procesos y su cultura; se debe ver como una colaboración, no como parte de una cadena de producción.
Carmen Rion es una pionera en la industria, recuerda que “los primeros momentos fueron de convencimiento y apertura. Es normal que te vean con desconfianza, no era fácil entrar a sus casas o a su mundo. Fue una labor de prueba y error”. Recordemos que CARMEN RION es una marca de diseño de moda de lujo 100% mexicana, fundada en 1998. En su Web destaca que el diseño original y sustentable son parte de sus principios de trabajo. Para la producción de sus colecciones usan fibras naturales y hechuras a mano: tejidos hechos en telar de cintura, por el grupo “Sna Maruch” ubicado en Zinacantán, Magdalena y Chamula en Chiapas. También colaboran con artistas textiles de Tenancingo.
Todos los diseñadores coinciden también en la importancia de reconocer que más allá de estar ahí para enseñar, están ahí para aprender, en referencia a la artesanía tradicional. Según algunos de los diseñadores de este país, confiesan que no están a la altura de los artesanos y que las cadenas de valor son a la inversa, mientras que el valor de trabajar mano a mano con los artesanos, conociendo a las personas dueñas y portadoras de la tradición es aprender de ellas y con ellas.
Sobre la manera correcta de trabajar con artesanos indígenas, todos lo hacen con la convicción de que se trata de un esfuerzo en equipo y que se debe generar un diálogo horizontal con los artesanos; es un tema de compartir conocimientos y garantizar un pago justo.
Sobre los peligros, se cree que la amenaza sería trasladar los sistemas de maquila a las comunidades, teniendo en cuenta que el sistema de maquila como alternativa para producir a bajo coste es un proceso que funciona a partir de un contrato, (denominado comúnmente contrato de maquila), el cual plantea como objetivo de compromiso que la empresa maquiladora utilice su capacidad instalada y procesos productivos para la fabricación de productos tangibles o la prestación de servicios intangibles (dentro de un programa de producción pre-determinado), destinados, en la mayoría de los casos, al mercado de exportación; dichos productos son encargados por una empresa extranjera.
Pero decidirse por este procedimiento, en principio no debería tener ningún inconveniente, en la medida en que las marcas respeten el pago justo, los tiempos y las maneras de trabajo, por lo que el boom de lo artesanal no debería representar un peligro. Por eso la única manera de que sea posible mantener viva la herencia cultural de la moda indígena, es hacer las cosas bien.
Propiedad colectiva.
Se habla mucho de apropiación cultural, en especial cuando se involucra la tradición, pero ¿a qué se refiere este término exactamente? Es cuando desde una situación de privilegio aprovechas y explotas ese conocimiento y ese saber en un contexto que no te pertenece. Solo porque puedes hacerlo.
Para Cancino, es importante cuestionarnos realmente qué se puede reclamar desde la autoría y qué surge de la fusión entre los dos mundos. “Tenemos que encontrar dignidad en respetar el trabajo de los otros. Se debe hablar para entenderse, para saber hasta dónde se puede reclamar la creación de algo”, explica Jester.
En el caso particular de la apropiación cultural de las comunidades indígenas se trata de no replicar motivos tradicionales en técnicas como maquila o sublimado; utilizar elementos culturales de una comunidad para tu beneficio o comprar textiles en mercados que comercializan revendedores. Sobre este punto, Carmen Rion subraya que recortar los textiles tradicionales es “darle en la torre a la historia textil”.
Una herencia textil de comunidades indígenas que la autora y diseñadora mexicana Carla Fernández, afirma que siempre tuvo esa pasión y dedicación por la alta costura de las comunidades, porque es alta costura. Ella cree que existe una denominación de origen, pero hoy por hoy “eso no es lo importante, sino la complejidad técnica y de miles de años de una generación a otra, cuya perfección y profundidad te vuelan la mente”.
De esta manera Carla Fernández entiende que se está produciendo como una invitación a reconocer el valor elevado que tiene la herencia textil de México. También, Carmen Rion opina que desde el punto de vista comercial, para las artesanas “es un lujo ver que pueden cobrar más. Mi objetivo es posicionar esto en un nivel muy alto, en el nivel que está por el trabajo que es”.
A Francisco Cancino le gustaría que este nivel de apreciación permeara en la sociedad mexicana, “como pasa en Francia, que la costura es tan relevante que las familias aprecian tener una pieza hecha a mano”. Es importante terminar con la idea de que puede ser caro comprar estas piezas, pero todas estas personas del mundo del diseño coinciden en que es bueno generar una cultura de comprar prendas de calidad, solo así se le dará el lugar que merece el enorme legado textil mexicano.
Cultura indígena de México: Ecos que inspiran nueva línea de ropa
En febrero de 2021 con el objetivo de rendir homenaje y dar voz a las comunidades indígenas del país, surgía una nueva casa de modas mexicana.
La historia indígena de México siempre encuentra distintos caminos para expresarse y tener cabida en una cultura contemporánea. Esta vez la industria de la moda nacional lanzaba una mirada furtiva para redescubrir su herencia ancestral y lo hacía de la mano del modelo mexicano Daniel Furlong y la empresaria Macrina Carranza que presentaban una nueva casa de modas, la cual tiene como objetivo darle voz a los pueblos y culturas indígenas, a través de un tejido de historias maravillosas.
De esta forma nacía una colección — que llevaba el nombre de Daniel Furlong—, la misma que no sólo busca erigirse como un espacio en donde las personas indígenas encuentren una forma de expresión, sino darle representatividad al subgrupo de la comunidad LGBTTQQIAAP+, así como a las mujeres, quienes han perdido voz ante una sociedad que, históricamente, las ha minimizado. Lo que la nueva casa busca través de estos diseños, es que se les dé visibilidad a estas comunidades en el mundo, entendiendo que no se trata de un asunto de vender, ni de apropiación, sino de responsabilidad y compromiso hacia la cultura.
La reinvención del zapato de la nueva casa de modas verá la luz mediante una colección compuesta por zapatos, prendas de vestir y accesorios, todos ellos elaborados artesanalmente, por medio de los cuales se busca rendir un homenaje al valor de las raíces indígenas y los pueblos afromexicanos.
Sin duda es a través del maravilloso diseño del calzado como el que introducía en el sector esta nueva marca mexicana, tenía por finalidad sorprender a los apasionados de la moda, más allá de las fronteras nacionales. La estrella iba a ser un botín con tacón de una serpiente emplumada. Tiene como una de sus principales características ser un zapato inclusivo, sin género. Conjuga así lo masculino y lo femenino en una misma pieza.
Conseguir dar vida a este diseño requirió desarrollar una horma que no existe en México, por lo que se recurrió a un experto italiano —residente en la ciudad de León, Guanajuato— quien se encargó de confeccionarla. El objetivo de la recién creada casa de modas es llevar su trabajo fuera de México. Así, la herencia indígena mexicana se conocerá en territorios tan lejanos como Europa y Asia.
Artesanas de una comunidad indígena en México denuncian el plagio de Zara a uno de sus bordados tradicionales
En 2018 un grupo de tejedoras de un poblado de Chiapas y la ONG Impacto acusan a la marca española de copiar por segunda vez uno de sus diseños, su principal sustento familiar. «Hay una protección al patrimonio individual con los derechos de autor, pero no al colectivo que lleva cientos de años: la ley no las protege», explica Impacto, En la localidad de la que proceden, ocho de cada diez personas viven en condiciones de pobreza, según datos oficiales
No es una pasarela de París o Milán, pero la industria de la moda se ha fijado en la originalidad de sus vestimentas. Por los pedregosos caminos de Aguacatenango, un humilde poblado de Chiapas, desfilan a pasos cortos mujeres indígenas luciendo coloridas prendas tejidas por ellas mismas. Algunos de esos estampados son similares a los que vende la marca española Zara. Las artesanas, junto a la ONG Impacto, denunciaban en 2018 el reciente «plagio» de uno de sus bordados tradicionales por parte de la firma de ropa.
Las tejedoras afirmaban por entonces que “hace dos años vinieron unos chinos, nos exigieron mucho trabajo, nos pagaron muy poco, vinieron solo dos veces y ya no aparecieron más. La principal hipótesis se basa justamente en esta relación que guarda la exigencia de un trabajo duro y poca remuneración, así como haber desaparecido, por lo que está probando el plagio denunciado, aunque también apuntan que podrían haberlo «robado» de imágenes en redes sociales.
Los efectos de estas acciones, denunciaban oportunamente representantes de esta comunidad, son dañinos para la frágil economía que esta comunidad indígena tiene, por lo que les afectaba bastante porque la persona que compra y consume en vez de hacerles las demandas de productos tradicionales a la comunidad, van a una tienda y aunque no sean parecidos, éstas terminan vendiendo estos productos. Y esto significa que pierden ese beneficio que es el principal sustento de los hogares. Pero no solo señalan las consecuencias sobre su economía. Los dibujos representan la manera de ver el mundo de la comunidad y son un símbolo de identidad que todavía hoy visten.
Una descripción muy elocuente por uno de estos representantes es que «es una falta de respeto porque esos bordados son de nuestros ancestros, que nos enseñaron nuestros abuelos cuando fuimos creciendo, y así de generación en generación. Es una tradición, no es justo que la copien».
Con mucha dedicación, cada una de las artesanas puede producir cuatro prendas al mes por las que obtendrá cerca de 400 pesos (unos 18 euros): siete veces menos el salario mínimo en México. Mientras la blusa de Zara se tarda en fabricar con máquinas unos pocos minutos y cuesta 599 pesos mexicanos (unos 27 euros). Las artesanas de Aguacatenango tardan más de 50 horas en tejer esa misma prenda y deben malvenderla en 200 pesos, unos 9 euros.
Denuncian su desprotección ante las multinacionales.
En el patio de una de las artesanas se reunían en 2018 37 mujeres con sus ovillos y agujas, que guardan en sus camisas holgadas. Conversan entre susurros sin apartar la vista de sus manos con cierta resignación. Es la segunda ocasión en la que denuncian que Zara ha utilizado diseños tradicionales de esta misma comunidad sin tenerlas en cuenta: ya lo hizo en 2016 con otra blusa, según explican. Tampoco era la primera vez.
Desde 2012, Impacto ha documentado que ocho marcas internacionales han copiado los bordados de pueblos originarios mexicanos de los estados de Oaxaca, Hidalgo y Chiapas sin reconocer a sus autoras ni hacerles llegar una contraprestación económica.
«Hay una protección al patrimonio individual con los derechos de autor, pero no al patrimonio colectivo que lleva cientos de años. La legislación no las protege porque no hay una organización colectiva que pueda hacer vinculante una ley y las autoridades no atienden estos casos», lamenta Adriana Aguerrebere, directora de Impacto, la organización que apoya a más de 500 artesanas mexicanas para revalorizar su trabajo y lograr un comercio ético, así como denunciar casos de plagio, una batalla que les ha traído más contratiempos que éxitos.
También ellas publicaron en Instagram la imagen de una prenda de la marca estadounidense Santa Marguerite para advertir de que fue copiada de un huipil [tipo de camisa] de San Juan Cancuc, otra comunidad chiapaneca.
La empresa acusó a Impacto de usar una fotografía con derechos de autor y forzó a que Instagram cerrase la cuenta de la organización, que contaba con más de 40.000 seguidores. Lejos de bajar los brazos, Impacto empezó de cero con el nuevo hashtag y la cuenta @viernestradicional, una campaña para que la gente publique cada viernes sus ejemplos de auténticas ropas de pueblos originarios.
«La culpa también es de los compradores, que deben informarse sobre esos abusos, hacerse conscientes, tener respeto y practicar un consumo responsable. Siempre reclamamos autenticidad y al final compramos copias, no vemos ni nos interesa el trasfondo (…) Además hay una incongruencia de pagar precios muy altos en una tienda y no quererlos gastar en una comunidad indígena», puntualiza Andrea Velasco, una de las diseñadoras que trabaja de forma colaborativa con las mujeres de Aguacatenango.
Velasco paga 20 pesos (un euro) la hora de trabajo a las artesanas. Son unos 50 euros por una blusa: siete veces más de lo que suelen recibir habitualmente. «Cuando nos dio todo eso por nuestras prendas, no lo podíamos creer. Nunca nos habían pagado por hora. A veces nos lo prometían, pero cuando les decíamos las horas que dedicamos, no querían», apunta Margarita Espinosa, otra de las indígenas tseltales que asistía a uno de los talleres de costura impartido por otra diseñadora voluntaria de Impacto.
Los abusos en el comercio local.
Las tejedoras de esta comunidad aseguran que también se enfrentan a diario a la explotación de su trabajo por parte de los intermediarios urbanos. «Una dedica dos semanas para terminar una chamarra (camisa) y le dan 150 pesos (unos 7 euros). Es muy poco, pero no nos queda más remedio que aceptarlo por necesidad», se queja Margarita.
Sus principales compradores son los comerciantes del mercado de Santo Domingo, en la turística ciudad de San Cristóbal de las Casas, donde enjambres de extranjeros acuden a llevarse un recuerdo de la tradición indígena, que en realidad muchos son souvenirs importados masivamente desde países asiáticos, o bien, malpagados a las artesanas de comunidades alejadas. «Hay mucho regateo y es muy difícil entrar a vender tu producto directamente. Eso incentiva que los coyotes (intermediarios) paguen lo mínimo», comenta Aguerrebere, la directora de Impacto.
Los comerciantes abusan de las mujeres de Aguacatenango por su situación de vulnerabilidad. En la localidad, ocho de cada diez personas viven en condiciones de pobreza, según datos oficiales, y la mayoría de menores abandonan la escuela antes de los diez años. En el camino de acceso a esta villa un cartel oxidado advierte: “Prohibida la entrada a funcionarios de empresa eléctrica para cortar luz”.
Es una de las escasas muestras de resistencia de esta comunidad azotada por los abusos pese a ubicarse en el entorno de influencia zapatista. Estos días de fiestas patronales se ven hombres en el pueblo. No es común. La única actividad económica en la comunidad es la siembra y cosecha de milpa [maíz], que apenas se da un par de veces al año y se paga a un jornal ínfimo. Por esta razón, los campesinos suelen irse durante largas temporadas para trabajar en la construcción.
El único sustento seguro son los textiles, o sea, el trabajo de sus mujeres, que mantienen los hogares a pesar de la mala paga. El trabajo de la mujer se convierte así en el pilar de la economía familiar y, por ende, en una forma de autonomía para estas tejedoras.
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