Enrique Ortega Burgos

KARL LAGERFELD: SU BIOGRAFÍA. PARTE 3.

CONOCE LA BIOGRAFÍA DEL DISEÑADOR OTTO KARL LAGERFELD: EL KAISER DE LA MODA.

 

El prolífico diseñador Karl Lagerfeld, un personaje conocido por su exuberante atuendo gafas oscuras y la coleta blanca. El diseñador que reinó en la moda de las últimas cuatro décadas. Un hombre de negocios políglota y cosmopolita, el íntimo rival de Yves Saint-Laurent, el modisto de Chanel y otras marcas de lujo como Fendi y Chloe. Y también un alemán de su tiempo.

Lagerfeld nació en 1933 (aunque él siempre mantuvo una brumosa ambigüedad al respecto) en el país en el que, ese mismo año, llegaba al poder Adolf HitlerMurió en París el pasado 19 de febrero del 2019. Fue parte de esa generación de niños marcados por la guerra y, más tarde, por el sentimiento de culpa colectiva. Algunos —más jóvenes que Lagerfeld, como la generación del 68, o algo mayores, como el escritor Günter Grass— pidieron cuentas a sus mayores o dedicaron la vida a dar vueltas y vueltas a este pasado.

 

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KARL LAGERFELD: SU BIOGRAFÍA. PARTE 1.

KARL LAGERFELD: SU BIOGRAFÍA. PARTE 2.

 

Lagerfeld y el apoyo familiar.

 

Se dice que  Otto su padre  fue esencial en la carrera Karl, pues aunque le hubiera convenido que su único hijo varón siguiese a cargo de la gran empresa familiar, le permitió escoger la moda, financiando sus viajes y pesquisas durante años.

Su madre, Elizabeth, fue esencial en su ascensión al éxito. Extremadamente crítica con Karl, no obstante confiaba plenamente en las capacidades de su hijo, al que solía decirle:

«Tú tienes talento, no te juntes con esos idiotas de tus amigos. Incluso, ni tus profesores te llegan al la suela del zapato», según cue exacerbaba la singularidad y excentricidad de su retoño. Arnaud Maillard, miembro del dúo creativo Alvarno y en su día asistente de Karl Lagerfeld en su marca homónima, participa en el documental y relata que «Karl siempre contaba historias de su madre.

Decía que ella era dura con él y que tenía una gran seguridad personal. Con ciertas dosis de tiranía, era capaz de convertir a todo el mundo en su esclavo».

 

Irónica y exigente, Elizabeth fue probablemente la persona más querida y admirada por Karl, su modelo y primera inspiración. «Me dio la educación que necesitaba un niño como yo: cuando hacía falta, no dudaba en darme una patada en el culo para bajarme los humos», cuenta Lagerfeld en algunos extractos filmados en 2017.

En 1954, Karl se marchó a París y quedó finalista en los premios del Secrétariat International de la Laine, en los que un joven y tímido Yves Saint Laurent consiguió el primer premio. Ahí comenzó su historia de rivalidad y enemistad. Sus inicios fueron en Balmain y en 1959, se convirtió en director artístico de Patou, una casa algo apolillada en donde aprendió la profesión.

Según datos de la biografía de Lagarfeld, se dice que el diseñador,  optó por la vía del trabajo atenuado, como explica Raphaëlle Bacqué en Kaiser Karl (editorial Albin Michel, en francés). El libro es una indagación en la vida y en la psique del icono de la moda y, al mismo tiempo, un retrato de un microcosmos —o un zoológico humano, el de la haute couture y el prêt-à-porter, el del glamur y el dinero, el de las fiestas desenfrenadas— en una ciudad y en una época muy concretas. En este caso, París entre los años cincuenta y el principio del siglo XXI.

 

La vida de  Lagerfeld a la hora de abordar su alemanidad fue la del silencio. O, directamente, la de la fabulación. Aspiró siempre a ser el escritor de su propia vida, y lo logró. Nunca permitió que nadie controlara su historia ni la contara en su lugar. Y esto también se aplica —o se aplica sobre todo— a sus orígenes, a su infancia y a la Segunda Guerra Mundial.

 

“En sus primeros años en París, borra radicalmente su origen alemán”, dice Bacqué, reportera del diario Le Monde.

 

Bacqué se refiere a sus primeros años en París, 1950, un hijo de papá que llega a la capital del arte y de la moda para conquistarla, con Francia todavía recuperándose de la guerra, el recuerdo de la ocupación nazi aún vivo y el odio a Alemania a flor de piel para muchos franceses.

Aquel adolescente —lector sofisticado y dibujante obsesivo, empapado de cultura francesa— usa en sus conversaciones mundanas la despectiva palabra francesa boche para referirse a los alemanes. Y habla un francés impecable.

 

“No solo atenúa su acento, sino que miente sobre la nacionalidad de su padre, Otto Lagerfeld”, añade Bacqué.

 

Se trata, para Karl, de evitar que se le pregunte qué hizo durante la guerra. No es que Otto hubiese sido nazi: nunca militó en el partido, según Bacqué. Tampoco participó en las acciones bélicas: era demasiado mayor. ¿Qué había que ocultar, exactamente?.

Papá Lagerfeld era un hombre de negocios: burguesía de Hamburgo, cosmopolita y emprendedora. “Dirigía Glücksklee, filial alemana de una empresa estadounidense de leche concentrada. Durante la guerra había negociado con el régimen para conservar la dirección de las fábricas.

Y fue proveedor de la Wehrmacht [el ejército alemán] hasta 1945”, explica la autora. Nada distinto, a primera vista, de tantos alemanes que, sin participar del fervor hitleriano, se acomodaron o se beneficiaron del régimen. Pero suficiente para que incomodara a su hijo cuando intentaba abrirse camino en París.

Lagerfeld: un alemán de su tiempo.

 

 

Bacqué recuerda en el libro que, en sus primeras entrevistas al adquirir cierto reconocimiento en París, Karl decía: “Mi padre era sueco, era un barón”. También decía que era danés u holandés. Estos equívocos no eran tan raros en la época: Fritz Trump y su hijo Donald presidente de Estados Unidos, mantuvieron durante tiempo que eran de origen sueco y no alemán. “

No conozco nada del pasado de mis padres. Significa que existe, pero no sé nada de él. No me concierne”, diría Lagerfeld en una entrevista.

 

 

La relación de Karl con sus orígenes evolucionó. Coincidió con su relación, a partir de los setenta, con el dandy autodestructivo Jacques de Bascher, fascinado por Alemania. Entonces recuperó el ligero acento alemán que antes había disimulado. Su referencia era la República de Weimar, cosmopolita, culta y decadente, no los años de la guerra que había pasado en Bad Bramstedt, un pueblo a 40 kilómetros de Hamburgo. “Yo no vi nada de la guerra”, le dijo a Bacqué.

 

Después le reconoció que desde ahí veía los bombardeos aliados sobre la ciudad hanseática: “Sí, vi el cielo rojo y los aviones”.

 

“Siempre quiso controlar enteramente su vida y se aplicó a escribir la leyenda”, resume Bacqué. “En el fondo, y excepto con la muerte de Jacques, lo consiguió”.

Cuando Bacqué le entrevistó, unos meses antes de morir, el Kaiser ya había asumido desde hacía tiempo su identidad alemana, e incluso de jactaba de su “columna vertebral prusiana”, una capacidad de trabajo ilimitada. Pero al preguntarle por los años de la guerra, se iba por las ramas. “Era huidizo. Respondía a mis preguntas precisas sobre su padre contándome mil anécdotas divertidas sobre su infancia, su madre, la vida en el campo, pero evitaba cuidadosamente abordar el verdadero tema de la guerra”, recuerda la biógrafa. Con su francés sincopado, podía parecer verborreico, pero sabía evitar las zonas incómodas.

 

“Yo solo vendo una fachada”, solía decir Lagerfeld. “La verdad propia solo nos la debemos a nosotros mismos”.

 

En una era donde hasta los papas y los reyes abdican, solo Karl Lagerfeld parecía interpretar su puesto como un compromiso vitalicio.

El diseñador germano  ha muerto con las botas puestas, ultimando los detalles de las dos colecciones que estaba a punto de presentar. La primera, para Fendi -marca de la que era responsable desde 1965-, se mostró sobre la pasarela  en Milán; y la segunda, para Chanel -de cuya dirección creativa se hizo cargo en 1983-, y otra que se mostró en Paris. Porque si había un hombre en la moda que lo hacía todo, ese era Lagerfeld. El alemán diseñó para Balmain, Jean Patou y Chloé y fundó su propia enseña hace 45 años.

Fotografiaba sus propias campañas, firmó innumerables libros y protagonizó no pocos ducumentales que ayudaron a construir su leyenda.

Con él se va, el último (o penúltimo) de una especie. Un hombre.

Lagerfeld y su infatigable capacidad para el trabajo.

 

Desde entonces hasta el día de su muerte, no solo no ha parado de trabajar ni un solo día sino que nunca ha dejado de ser relevante, que es otra forma de decir que nunca ha dejado de estar de moda. Aunque sus trajes de chaqueta para Chanel se convirtieron en el símbolo de estatus definitivo en los noventa , sus diseños no están ligados o definen una época concreta. Todas las épocas son la suya. Y eso le convierte en una figura única en la historia de la moda.

Sucederle se antoja así una misión titánica. Y las apuestas ya están abiertas. De momento, Virginie Viard, directora del estudio de creación de Chanel, se mantiene al frente de la maison ya que fue su mano derecha durante treinta años y los wetheimer no dudaron en confiar el relevo de viard como sucesora de Lagarfeld.

El propio Karl bromeaba sobre su propio legado al frente de la firma en un corto de 2015 donde mantenía una imaginaria conversación con la fundadora de la casa de costura. En él, la francesa le reprochaba que su único mérito había sido copiar lo que ella había inventado tantos años antes: el jersey de rayas, el traje de tweed, las camelias.

 

Muchos, en los últimos años, habían esgrimido la misma crítica hacia el diseñador alemán. Y él lo sabía. En el vídeo, Coco Chanel le preguntaba “¿Qué crees que estás haciendo?” Y él respondía: “Mantenerte viva”. Una facturación de más de 8.000 millones de euros anuales demuestra hasta qué punto Lagerfeld obró el milagro de la resurrección. También acalla a aquellos que insinuan que el Kaiser se estaba quedando obsoleto.

 

 

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