En esta entrada analizaremos la vida personal y trayectoria profesional de Adi Dassler, fundador de Adidas, la rivalidad permanente con su hermano Rudolf, el impacto que en ellos produce la Segunda Guerra Mundial y una rivalidad familiar que se perpetuó en las siguientes generaciones de los Dassler.
El menor y más creativo de los hermanos
Se enzarzaron toda su vida en una batalla comercial sin escrúpulos que se extendió a sus hijos y nietos.
Adolf (Adidas) y Rudolf Dassler (Puma) crearon dos emporios de calzado deportivo y patrocinaron a las mejores estrellas del siglo XX.
La periodista Barbara Smit reconstruye en un libro la historia de esta saga alemana que llevó a sus empresas a la cima movida por el odio
“Es difícil trabajar con la familia. A veces las cosas se dicen, los sentimientos se hieren y se crean las grietas”. Afirmaba Adolf Dassler.
Mientras Paulina hace la colada en el cobertizo de casa, sus tres hijos despachan a domicilio la ropa recién lavada.
En Herzogenaurach a los hermanos Dassler todos les conocen por «los chicos de la lavandería».
Adi, el más pequeño y tozudo de los tres, aún es capaz de arañar tiempo libre, y así talla ramas que le sirvan como jabalinas, o pule piedras para lanzarlas como pesos.
Con la Gran Guerra todo se desmorona
La primera Guerra Mundial no se sentía a orillas del río Aurach, ya que la vida es mansa y ordenada, pero en cuanto se inicia la Gran Guerra todo empieza a desmoronarse, también para la familia Dassler.
Los hermanos mayores, Fritz y Rudolf, pasarán los cuatro años siguientes enfangados en las trincheras belgas, y Adi, que cuenta con tan solo diecisiete años, también combatirá ya en el epílogo de los enfrentamientos.
Adi ve la oportunidad de negocio a pesar de la crisis
La lavandería no tenía ya razón de ser, pero donde cunde la miseria Adi ve una oportunidad.
Entonces con las herramientas que recolecta de días enteros peinando los abandonados campos de batalla junto a la máquina de coser diseñada a partir del cuadro y los pedales de su vieja bicicleta fabricó, en el cobertizo de casa, la primera de sus revolucionarias invenciones: las zapatillas de clavos para correr.
El lema olímpico no sirvió para conciliar los intereses de los hermanos
En esta historia el lema olímpico del barón de Coubertin –ese que aseguraba que lo importante era concurrir– es un brindis al sol.
Y la proverbial fraternidad que se han de profesar dos hermanos, una pantomima sentimental.
Ni atisbo de deportividad ni de amor familiar y sí grandes dosis de mercantilismo cainita, bajeza moral y traición.
Los hermanos alemanes Adolf y Rudolf Dassler, que hace casi 80 años crearon respectivamente las marcas de material deportivo Adidas y Puma, se odiaron hasta lo inhumano por culpa de una brutal competencia comercial.
Recurrieron a los más turbios tejemanejes, a métodos mafiosos y triquiñuelas de arrabal para descabalgar al rival y colocar a sus compañías en la cumbre.
Combatieron juntos en el frente belga durante la Gran Guerra; el resto de sus vidas personificarían el goyesco cuadro Duelo a garrotazos en versión bávara y con deportivas en los pies.
Con idéntica saña se comportó su descendencia, hijos y nietos que heredaron el negocio y la rivalidad, perpetuando una contienda doméstica que aún colea.
El calendario señalaba 1926
En el interior de la «Gerbüder Dassler Schuhfabrik» los hermanos Adolf y Rudolf confeccionan zapatillas y pantuflas sin marca.
También calzado con clavos para los pocos temerarios que se dedican a eso de correr al aire libre.
Buena calidad en los materiales, sabia manufactura, resistencia extrema…
Las bondades del calzado Dassler llegaron a oídos de Josef Waitzer, entrenador del equipo alemán de atletismo.
El éxito empieza a asomarse cuando Josef Waitzer, seleccionador nacional de atletismo, peregrina hasta Herzogenaurach en busca de esos locos de las zapatillas de clavos.
A raíz de aquella visita, y con los años, se tejieron unos profundos vínculos de amistad y colaboración.
Adi se va a Berlín a los Juegos Olímpicos de 1936
En Berlín, al socaire de Waitzer, Adi campa a sus anchas por la villa olímpica.
Casi todos los atletas nazis llevaban calzado Dassler, pero Adi centra su atención en Jesse Owens.
Impresionado con el «Antílope de ébano», Adi le muestra furtivamente sus zapatillas de clavos con gestos, ofreciéndole un par: «toma, pruébatelas».
Owens se las calzó, y con ellas ganó todo lo que se podía ganar.
Los cuatro oros obtenidos enmudecieron Berlín, aunque el zarpazo definitivo sucedió en la final de salto de longitud.
Inmediatamente la creatividad de Adi sobresalió de entre los dos hermanos
Con Adolf (más conocido como Adi) en el papel de artista introvertido, y Rudolf como dicharachero relaciones públicas, la pareja no tardó en colar sus productos en la villa olímpica en los Juegos de Berlín de 1936.
Además, el advenimiento del nazismo supuso una inyección económica, contemplando el deporte como el espejo perfecto para mostrar al mundo la perfección aria.
Pero fueron los Juegos de Jesse Owens.
Las zapatillas de Owens creadas por Adi
Para disgusto de Hitler y su cineasta de cabecera Leni Riefensthal, el atleta negro se colgó al cuello la gloria dorada cuatro veces por delante de muchachos rubios y de mirada azul. La proeza contenía un secreto: Jesse calzaba unas zapatillas de clavos obra de Adi Dassler.
La compañía comenzaba a despegar de la mano –y los pies– de un liviano muchachito de Alabama.
Cisma familiar. Para colmo, el clima doméstico explotó al acabar la contienda.
Adi más trabajo y Rudolf más problemas personales
Adi se volvió más terco con el trabajo, y Rudolf cada vez más descastado con los suyos.
También se torna decisivo el papel desempeñado por ambas esposas.
La discreta Friedl, la mujer de Rudolf, balancea el genio descarado de Käthe, la mujer de Adi.
Friedl era el dique que contenía la furia de su esposo, entretanto Käthe no hacía otra cosa que enconar la cizaña.
Mientras Europa se suicida, Herzogenaurach logra mantenerse al margen.
Por entonces Adi es llamado a filas, pero a los tres meses fue declarado exento, ya que se le consideró más útil en Gebrüder Dassler que en el frente.
Adi evita el cierre de la fábrica
Entonces sí que la guerra empezó a anegarlo todo, se raciona el esfuerzo industrial y Adi se ve abocado a improvisar auténticos malabares para evitar el cierre la fábrica, desde solicitar prisioneros rusos para completar la plantilla hasta ampliar la gama con modelos como «Kampf» (Lucha) o «Blitz» (Relámpago).
El ensañamiento se colma en febrero de 1943, con los primeros bombardeos nocturnos sobre Herzogenaurach.
Una de aquellas noches fúnebres Rudolf ya se encontraba en el refugio antiaéreo junto a su familia cuando poco después acudió Adi en compañía de la suya, quien, nada más entrar, no pudo por menos que rezongar un «ya están aquí otra vez estos cabrones».
Adi, por supuesto, se refería a los aviones. Rudolf, lo tenía claro, asumió que iba por ellos.
La guerra siguió en casa
La lucha siguió en la casa de los Dassler con interminables discusiones para aclarar qué pasó durante la guerra.
Rudolf se vuelve furioso contra Käthe, seguro de que fueron ella y su marido quienes interpusieron la «denuncia de mala fe».
Adi sale impune
Si el panorama ya era insostenible justo dos semanas antes de la liberación de su hermano, Adi, catalogado como «colaborador muy activo» del régimen nazi, tuvo que defender su propio caso ante el comité de desnazificación.
No pudo ocultar su pasado de afiliación y pertenencia a las Juventudes Hitlerianas, por lo que se vio abocado a recopilar apoyos para su defensa.
Valentin Fröhlich, antiguo alcalde de Herzogenaurach, no dudó en afirmar que Adolf era muy apreciado en la comunidad, a diferencia de sus hermanos, y que de los sesenta empleados de la fábrica solo uno estaba afiliado al partido.
Decisivo fue también el testimonio de un veterano miembro comunista del KPD: «Por lo que yo vi, el deporte era la única política que contaba para él. No sabía nada de la política de los políticos».
El odio se iba haciendo grande, desplazando a cada hermano a una de las orillas del río.
Rudolf recién liberado vuelve a casa con la tozuda intención de horadar más en la culpa de su hermano, desterrarle en la ignominia, fabulando que la idea de fabricar armas fue de Adi, que él no supo nunca de estos manejos.
Käthe, despechada y furibunda, no cejó hasta elevar un escrito al mismísimo comité de desnazificación, exculpando a Adi de la emboscada de Rudolf: «Declaro que es incierto. Mi marido hizo todo lo que pudo para exonerar a su hermano».
También desmontó que Adi arengara a los empleados con soflamas políticas («Los discursos, tanto dentro como fuera de la fábrica, deben atribuirse a Rudolf Dassler, como podrá confirmar cualquier empleado de la empresa»).
Adi queda exculpado de nazismo por los aliados
Tras un juicio celebrado por los aliados para evaluar su nivel de compromiso con el nazismo, Adi salió exonerado y pudo retener el control de la empresa.
Con la derrota en la maleta y tras haber sido prisionero de los americanos y denunciado por su propio hermano, Rudolf tuvo que emigrar, con mujer y dos hijos, al otro lado del río Aurach para empezar de cero en una pequeña fábrica en Würzburgerstrasse.
El lugar se emplazaba a pocos kilómetros, pero la reconciliación entre ellos distaba una galaxia.
La mitad de los empleados –los técnicos– se quedaron con Adi; la otra mitad –los de ventas– se enrolaron con Rudolf.
El río marcó la linde entre los adeptos de uno u otro hermano.
De este cisma nació la marca de calzado deportivo Puma en 1948, fundada por Rudolf.
Un año después, Adolf registró otra compañía para hacerle la competencia.
Fundió en un solo nombre su diminutivo y el comienzo de su apellido. Había nacido Adidas.
La tiranía de Horst Dassler
Durante la tiranía simpática de Horst Dassler, Adidas reclutó para la causa a Bob Beamon, atleta que trituró el récord de longitud (890 centímetros), y a Dick Fosbury, estadounidense que inventó escorzo para el salto de altura.
En el otro lado, Armin, primo de Horst e hijo de Rudolf Dassler, propinó golpes maestros. Los atletas del black power dejaron en el podio unas Puma colocadas estratégicamente para que fueron examinadas por medio mundo: un cóctel de reivindicación y mercadotecnia.
También consiguió que un muchacho brasileño con el 10 a la espalda se atara en unos momentos eternos sus botas Puma, modelo King, antes del saque inicial en un encuentro del Mundial de México 70.
Las cámaras clavaron la mirada a ras de suelo en sus mágicos pies. Esa secuencia metió millones de marcos en la fábrica de Rudolf.
El pelotero en cuestión era un tal Pelé. Y, ¿quién picaba como una abeja y volaba como una mariposa en el cuadrilátero gracias a sus Adidas de caña alta? Cassius Clay.
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